La reciente cadena de fracasos cometidos por la NASA había resultado tan insoportable que ante ella cabían sólo dos opciones: reír o llorar; satélites que se desintegraban en órbita, sondas espaciales que nunca regresaban a la Tierra... al tiempo que el presupuesto de la Estación Espacial Internacional se multiplicaba por diez y los países miembros huían como ratas de un barco a punto de hundirse. Se perdían miles de millones de dólares y el senador Sexton cabalgaba a lomos de esa ola de despropósitos con gran destreza, una ola que parecía destinada a llevarlo a la residencia del 1600 de Pennsylvania Avenue.
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