El instinto humano que nos lleva a protegernos los ojos estaba tan innatamente inculcado en él, que a pesar de que su cerebro le dijera que cualquier movimiento repentino ponía en riesgo su equilibrio, retrocedió. Fue una reacción de sobresalto provocada más por la sorpresa que por el dolor. La mano izquierda de Ming, que era la que tenía más cerca de la cara, salió disparada hacia arriba en un acto reflejo para proteger la pupila que acababa de recibir la agresión. Cuando ya tenía la mano en movimiento, se dio cuenta de que había cometido un error. Con todo su peso inclinado hacia delante, y con su único medio de apoyo repentinamente desaparecido, Wailee Ming se balanceó. Se recuperó demasiado tarde. Soltó la cubeta e intentó agarrarse al hielo resbaladizo para detener la caída, pero resbaló y cayó a plomo en la oscuridad del agujero.
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