Incluso después de vivir tres años y medio en la Casa Blanca, el presidente Zach Herney raras veces se sentía en casa entre esa maraña de candelabros, antigüedades y Marines armados que llenaban el edificio. Sin embargo, en ese momento, mientras se dirigía a grandes zancadas hacia el Ala Oeste, se sentía lleno de vigor y extrañamente relajado. Apenas notaba el peso de sus pies sobre los lujosos suelos alfombrados.
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