Después de siete meses, finalmente Michael Tolland se encontró sentado junto a su esposa moribunda en la fría habitación de un hospital. Ya no reconocía el rostro de su mujer. La ferocidad del cáncer era sólo comparable a la brutalidad de la quimioterapia. Quedó convertida en un esqueleto, destrozada. Las últimas horas fueron las más duras.
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