Como la feroz llegada de un dios paleolítico, la enorme roca quebró la superficie con un chorro de vapor. Entre la niebla arremolinada, la forma abultada salía del hielo. Los hombres que manejaban los tornos los tensaron aún más hasta que por fin toda la piedra quedó libre de los restos de hielo y se balanceó, caliente y chorreante, sobre un pozo abierto de agua agitada. Rachel estaba hipnotizada.
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