Fuera del F-14, la luz del día había empezado a palidecer. Era ya finales de invierno en el Ártico, una época de oscuridad perpetua. Rachel se dio cuenta entonces de que estaba volando hacia una tierra de noche eterna. A medida que pasaban los minutos, el sol fue desapareciendo por entero, ocultándose tras el horizonte. Siguieron volando hacia el norte y apareció una brillante luna en cuarto menguante, blanca y suspendida en el cristalino aire glacial. Muy por debajo brillaban las olas del océano y los icebergs parecían diamantes bordados en una oscura malla de lentejuelas.
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