A pesar de que muchas celebridades parecían más bajas en persona, a Rachel le pareció que en el caso de Michael Tolland ocurría lo contrario. Sus ojos marrones resultaban tan despiertos y apasionados como en televisión, y su voz contenía la misma cálida modestia y entusiasmo. Con aspecto de tipo curtido y atlético de cuarenta y cinco años, Michael Tolland tenía el pelo negro y grueso y un mechón rebelde que le caía constantemente sobre la frente; la barbilla prominente y unos modales despreocupados que rezumaban seguridad. Cuando le estrechó la mano, Rachel recordó al sentir la aspereza callosa de sus palmas que Tolland no era una de las típicas personalidades "blandas" de televisión, sino más bien un consumado lobo de mar y un investigador en toda regla.
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