Mientras el guardia comprobaba que no hubiera micrófonos en el coche, Rachel miró el mastodóntico edificio que se elevaba en la distancia. El complejo ocupaba casi cien mil metros cuadrados y se elevaba majestuoso sobre unas veintiocho hectáreas de bosque en pleno Fairfax, Virginia, justo a las afueras de Washington D. C. La fachada del edificio era un bastión de cristal en el que se reflejaba toda una amalgama de antenas de satélites, parabólicas y transmisores de radio enclavados en los terrenos adyacentes, doblando así su asombroso número.
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