Ambos asintieron. El más alto, Delta-Dos, abrió un ordenador portátil y lo encendió. Se situó delante de la pantalla y puso la mano en una palanca de mando mecánica y le dio un breve tirón. A mil metros de distancia, oculto en las profundidades del edificio, un robot de vigilancia del tamaño de un mosquito recibió su transmisión y cobró vida.
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