Rachel se quedó de pie sola en la famosa cabina de proa de paredes forradas de madera. Era la sala que se utiliza para las reuniones, para recibir a altos dignatarios y, al parecer, para aterrorizar a los pasajeros que entraban en la nave por primera vez. La sala ocupaba todo el ancho del avión, igual que la gruesa moqueta de color tostado. El mobiliario era impecable: sillones de cuero cordobán alrededor de una gran mesa de arce, lámparas de pie de cobre bruñido junto a un sofá de estilo continental y una cristalería tallada a mano y dispuesta sobre una pequeña barra americana de caoba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario